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sábado, 3 de septiembre de 2011

El informe presidencial y la comodidad del monólogo



José Narro Céspedes

El informe presidencial en este sexenio se ha convertido en un montaje que convierte el ejercicio democrático de rendición de cuentas, en un acto mediático donde no se busca informar el estado de la Nación, sino fortalecer el posicionamiento de la figura presidencial de cara al próximo periodo electoral.

Es claro que el informe presidencial debería ser un acto de colaboración de poderes y es un expediente de control político del Congreso sobre el Ejecutivo. Así, es uno de los eventos en los que más claramente se observa también la división de poderes. Por esto, la forma de su ejecución no es un asunto coyuntural o superfluo. 
José Narro Céspedes
El artículo 69 constitucional dispone las reglas del informe. En el texto original de 1917 dicho artículo ordenaba que el Ejecutivo asistiría a la apertura de sesiones del Congreso, ordinarias o extraordinarias, y presentaría un informe por escrito. En el primer caso, sobre el estado general de la administración pública; y en el segundo (sesiones extraordinarias), para exponer las razones de su reunión y los asuntos que ameritaran una resolución.

Este dispositivo ha sido modificado tres veces. En 1923, para eliminar la obligación presidencial de asistir a la apertura de sesiones extraordinarias. En 1986, para confirmar la obligación del Ejecutivo de asistir a la apertura de sesiones del Congreso, pero sólo las del primer periodo y presentar un informe por escrito sobre el estado general que guardaba la administración pública del país. La tercera reforma se publicó el 15 de agosto de 2008, y consistió en suprimir la expresión “asistirá” del texto previo, dejando subsistente el mandato de presentar por escrito el informe.

Durante largas décadas la ceremonia anual del informe presidencial se celebraba como todo un ritual, que se le dio en llamar el Día del Presidente. Largas horas de la televisión y la radio (desde la aparición de ambas) eran dedicadas al presidente en turno, donde se destacaba su rutina de esa fecha, desde el desayuno, su paseo por las calles, su recorrido de Los Pinos a Palacio Nacional, donde se calzaba la banda presidencial y de ahí a la Cámara de Diputados o el recinto elegido para la ceremonia.

Horas enteras de gran verborrea, donde el Ejecutivo narraba cada una de sus acciones, acertadas unas y fallidas otras, desarrolladas a lo largo de los 12 meses anteriores. Pero al margen de ello, la ceremonia de los informes se celebraba para disfrute de los mandatarios en turno, los que los gozaban hasta el éxtasis cada minuto de esas 24 horas. Claro que esos eran los tiempos románticos que los priístas extrañan, donde el dominio de su partido era tan fuerte que no se contrariaba la voluntad presidencial.

Desde los 80, pero más fuerte en los 90, el Poder Legislativo entró en una etapa de reacomodamiento, donde los diputados y senadores empezaron a increpar al Presidente de la República cada vez más fuerte. La transformación del Día del Presidente fue mayúscula, hasta que uno de los presidentes (Vicente Fox) fue impedido de entregar el respectivo documento que consignaba datos y números del año anterior.

El arribo de Felipe Calderón a Los Pinos y lo cuestionado de su elección provocó mucho más encono entre los diputados y senadores ajenos a su partido, por lo que se optó porque el Ejecutivo entregara solamente el documento y no diera discurso alguno desde la tribuna legislativa.

De esa manera, Felipe Calderón diseñó otro método de rendición de cuentas, el de convocar a todos los actores políticos y a los representantes de los otros dos poderes de la Unión a un evento en Palacio Nacional, primero, y al Museo de Antropología, después, cuando fue necesario un sitio con mayor capacidad para los asistentes, donde disfrutara de su día.

Los fracasos en la lucha contra la delincuencia y en frenar la violencia, el papel que juega en la sucesión, el manejo de la economía, la falta de empleo y algunos puntos más en lo que el Ejecutivo federal se mantiene en deuda, motivan que el informe sea un instrumento de la cuentas, pues no queremos un mea culpa, sino que se informe, se dialogue y se asuman las consecuencias ante el grave deterioro de la vida en el país.

Así, mientras el país se desangra, el Felipe Calderón se esconde en un evento calculado y controlado, donde nadie lo cuestionará, donde los muertos –llamados, eufemísticamente, daños colaterales– serán parte de cifras alegres que los minimizarán para mostrar que todo va bien.

Un país que sólo ve al Presidente y los grupos que se encuentran en el poder económico y político es el que se ve desde el escenario diseñado para el lucimiento de FCH, mientras que el México real se sume cada vez más entre la pobreza, el desempleo y la marginación de más de la mitad de los mexicanos, además del dolor de una lucha contra el crimen, cuya falta de estrategia desangra a nuestro amado país. ■

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